Cioran decía eso: A los amigos no hay que molestarlos. Hace un par de semanas un apuro del cual no profundizaré en detalles, me obligó a pedir dinero a una amiga. Una vez llegada la quincena, decidí otorgarle prioridad para el pago de la deuda a mi amiga en lugar del banco. La razón es sencilla. Los bancos no son mis amigos y de ellos puedo tolerar una reprenda, una mirada inquisidora, llamadas constantes a mi casa y trabajo, en síntesis, que me jodan hasta que no pueda más y les pague. Sin embargo de un amigo no. Lo que E. M. Cioran decía de los amigos se encaminaba hacia aquellos con los cuales padecemos profundas carencias en nuestra amistad. Esas relaciones casuales derivadas de la convivencia del trabajo, la escuela o una noche de peda, puras relaciones frágiles. Amistades que al menor sentimiento de recelo, falta de reciprocidad, desigualdad de favores o deudas económicas, estallan y revientan en una enorme pus de enemistad y animadversión. Tal vez por eso decidí pagar mi deuda con mi amiga. Por miedo y porque en verdad la quiero y deseo seguir con ella sin tentar demasiado al diablo de la enemistad.